Yo vivo en un país donde la mayoría se sobrepone a los "no hay" e inventa soluciones y sobrevive aún cuando las cosas se ponen difíciles. Y las personas de mi país no renuncian a sus ideas, ni a la alegría, ni a la solidaridad. No es el mejor país del mundo, pero es MI ISLA.

jueves, 24 de enero de 2013

No necesita réquiem, sino cantos de vida


Cómo escucharte sin esquizofrenia,
que el sucio oportunismo tantas veces premia.
Cómo te arranco del verso
dicho de memoria,
y te tatúo en el alma de todas las novias. 
Israel Rojas

 El futuro de Martí no está en los bustos que hay en las escuelas, ni en las tarjas, ni en los libros de historia. Mal piensan quienes lo confinan al pedestal de los hombres sagrados, que perdieron en la memoria colectiva sus defectos, su muy humana y digna imperfección y quedaron inmaculados e insípidos de tanto pasar por el tamiz de  los debates académicos -donde solo los eruditos opinan, ponen y quitan pedazos a su vida en disertaciones que suenan a réquiem y nunca a himnos de vida.
No puede ser el Apóstol solo un conjunto de frases geniales para engrosar discursos, ni un nombre para recordar en enero y en mayo.
Fue mucho el Apóstol para que lo reduzcamos tanto. Se nos muere en la vida de la mayoría de los jóvenes, que no lo conocen bien. Martí no siempre está en las manos callosas y en las frentes sudorosas, ni en el lenguaje poco refinado de los obreros; no abunda su impronta en los ídolos juveniles, ni logran las escuelas que los niños lo lean, lo aprendan, lo vivan...
Hablar de la vigencia de su ideario en la sociedad cubana actual es una tarea que remite a políticas, a la voluntad gubernamental y de las organizaciones; pero casi nunca puede decirse que la mayoría actúa conforme a su legado. Martí hace falta en la manera individual de asumir a Cuba, de participar en la construcción de un país mejor, sin dejar a otros lo que nos toca hacer y decir para cambiar lo que estorba y consolidar lo útil.
Se nos pierde en la cotidianidad su idea del bien, su obsesión por saber, su historia de hombre. Y duele ver cómo se le maltrata en explicaciones vacías, que poco enseñan, o en la imagen y el nombre que han quedado para la veneración y no siempre para el conocimiento individual.
Fue extensa su obra para tan pocos años, pasó penurias, amó, tomó buenas y malas decisiones, pero fue su pasión desmedida por la independencia de Cuba y la integridad de su carácter lo que engrandeció su vida. Sencillamente asumió su tiempo, y sin pretender premios ni heroísmo, dio lo mejor de sí.
No puede decirse siquiera que somos concientes de su legado:  tenemos educación, sí, pero a veces ni los maestros saben bien de qué hombre hablan cuando enseñan de él cronologías o versos para repetir en el matutino. En nuestras aulas a menudo está en una pared alguna sentencia suya, pero quién dice "lee" cuando el apremio de cumplir el itinerario docente hace que a los alumnos llegue solo la interpretación de lo que fue y dijo el Maestro, y no se da a los más nuevos la oportunidad de enjuiciar por sí mismos la naturaleza martiana.
Qué Martí esperamos tener en el futuro si los medios difunden productos comunicativos -a veces muy buenos-  sobre su historia y más tarde da espacio a mensajes que, con palabras o imágenes, so pretexto de entretener, echan por tierra la idea martiana de la virtud.
Sin desdeñar homenajes, sin menospreciar lo bien hecho en el afán de perpetuarlo, creo que para sostener un Martí vivo, para las generaciones de mañana, hace falta mucho más que la solemnidad de los actos y la facundia de los oradores. Si no se siembra su espíritu en la actitud de cada persona poco podrá servirnos la grandeza de su obra. ¿De qué valdría hablar de su vida si no fuera importante que caminen mañana en esta tierra los justos, los que crean y aman, los hijos de América que a ella se deben, los depositarios de toda la obra humana que les antecede, los que floten sobre tu tiempo y hagan de su país ara, nunca pedestal?
¿Para qué es útil el Apóstol sino para forjar en sus ideas el carácter de los cubanos?




miércoles, 9 de enero de 2013

Enamorarse de Santiago





Cuenta su amor cuando tiene tiempo, pero la mayoría de las veces son sus actos la muestra más elocuente de tanta devoción.
No pierde tiempo, no se permite largos descansos ni mucha diversión, hace mucho que los suyos se acostumbraron a verlo salir de casa sin hora para el regreso. Durante años ha tenido una amante a la que dedica  su pensamiento y acción. Trabaja para ella, más que para obtener el sustento económico; por eso no importa extender las horas de labor si con esto satisface sus necesidades, y puede hacerla más bella y saludable, aunque lograrlo conlleve perder otros amores.
Ella le parece hermosa, como un vitral de colores brillantes donde el sol señorea; tiene costumbres muy propias y en su linaje confluyen  franceses, haitianos, españoles y africanos... quizás ahí está el embrujo que la hace más linda, más bulliciosa, más tremenda...
Conoce bien su historia, los méritos que atesora y lo que han hecho sus hijos, por eso trata de estar a la altura de semejante estirpe. La sabe rebelde, solidaria, heroica y no dejará que nada ni nadie empañe su prestigio.
Asombra su optimismo incluso en los momentos de mayor tensión, cuando parece irrecuperable todo lo perdido. Eso sí, confía en el mejoramiento futuro pero sabe que nada le caerá del cielo.
A veces, cuando puede detenerse a pensar en  ella la llama su “novia” y evoca la belleza y gallardía que inspiró a los poetas, a los trovadores y a los hombres más osados a cantarle poemas y canciones o a escribir, incluso con sangre, epopeyas en su nombre. Tal vez por eso se siente en deuda y cuanto haga por su amada, no importa el sacrificio, le parece poco.
Sí, es posible que esté hablando de usted o de alguien que conozca. Bien puede ser la maestra o el profesor que, después de dar sus clases y fomentar valores en los estudiantes, se queda en la escuela, para autoprepararse o para contribuir a la limpieza, si hace falta.
Es el agricultor que no se deja vencer por las carencias, que no descansa hasta hacer rendir la tierra y no se conforma con que le contraten las producciones y luego las dejen perder. Es el cuadro o directivo que orienta, ayuda y exige, que es severo con lo mal hecho y jamás se envanece de su envestidura porque la ve como un puesto de servicio al pueblo y no como fuente constante de pequeñas prebendas.
El enamorado de su ciudad, ama también a la gente, a pesar de la “ingratitud probable” que en otro siglo mencionara el poeta. No importa si es limpiabotas, médico, albañil, artista, azucarero o dirigente, no importa si mestizo, negro o blanco; puede tener cualquier edad, después de todo para querer su Santiago, basta con dar lo mejor de sí en el empeño de hacerla una provincia próspera, notable por la calidad de vida y el nivel de satisfacción de sus pobladores.
Multiplíquense esos amantes incondicionales de la tierra que habitan porque de su espíritu incansable, de su justeza y entrega depende el bienestar de todos. Fórjese en las escuelas  y hogares santiagueros la devoción de nuestros niños y jóvenes por su territorio. Que se expanda esa voluntad irrefrenable de ser eficiente en su labor sin esperar más premio que la complacencia de haber cumplido con lo que le toca, sencillamente porque que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas.